lunes, 6 de septiembre de 2010

Capítulo 2. Ira controlada.



Dicen que el tiempo cura las heridas, que hasta las más profundas pueden sanar. Dicen que el tiempo ayuda a olvidar, que puede hacer desaparecer las cenizas que una vez fueron fuego. Pero el sufrimiento y la congoja de un amor perdido nadie lo puede hacer desaparecer, el tiempo no es sanador, el tiempo es el que te recuerda cada día que pasa que estás solo, es el que te recuerda que ya no tienes a nadie a tu lado... 
Mis heridas no curan, mis recuerdos no se van.

Después de una larga charla en el despacho que no llevaba a ningún lado, salí sin decir nada de allí y bajé las escaleras hacia el sótano. No me hacía falta saber más sobre aquel chupa-sangre, lo único que me interesaba es saber quien era, después cuando lo tuviera entre mis manos preguntarle por Él, y luego darle el besito de buenas noches. Era una cazadora, no una polocía. 
Deambulé por el laberinto de pasillos metálicos hasta llegar al gimnasio, dejé mi bolsa a un lado y cogí los guantes de boxeo. El gimnasio no era nada del otro mundo, para no desentonar con aquella casa de hojalata los bordes de los espejos eran del mismo material. No entendía de decoración pero aquello no tendría muy buen recivimiento entre los decorades.
Encendí el equipo de música que se hallaba en la esquina derecha de la sala y me puse los guantes de boxeo. Era hora de descargar la adrenalina acumulada estos dos días. Notaba como la sangre me hervía, empezaban a saltar chispas. Cerré los ojos concentrada y noté como las primeras llamas recorrían todo mi cuerpo. Abrí
los ojos y me miré los brazos, sonreí al ver el fuego como un aura alrededor de mi. Me acerqué despacio hacia el saco de boxeo, di el primer golpe seco con el puño derecho. A partir de ahí no pude parar, di puñetazo tras puñetazo intentando desahogarme de la carga tan pesada que llevaba, esa carga que me estaba consumiendo. 

- ¡Mierda! - grité desesperada mientras aporreaba el saco.

Realmente no me reconocía, no tenía ningún ápice de la niña que una vez había sido. Todos los acontecimientos por los que había pasado habían hecho demasiados estragos en mi. Aunque pareciera fuerte,
seguía siendo débil en lo más hondo de mi ser. Tan bien lo sabía que siempre construía un muro delante de mi, para no tropezarme con la misma piedra en el camino, para no volver a cometer los errores que una vez cometí. La única forma de sacar todo lo que tenía dentro era esa, cada vez que Sam hacía una de sus múltiples sesiones psicológicas, las palabras no emanaban de mi boca, solo eran lágrimas, sollozos, gritos... todo menos palabras. Por eso cada vez que me sentía impotente, mi reacción era bajar al sótana y boxear hasta caer al suelo agotada, hasta el punto de quedar en el suelo sin poder moverme.

- Vas a acabar con el saco.- dijo una voz chillona entre risas interrumpiendo mi lucha interna.- Huele a chamusquina...

Sonreí mordiendome el labio, intando contenerme para no derrumbarme allí delante del agotamiento. No iba a dejar que Cass ni nadie me viera en esas circunstancias. Respiré hondo, guardando cada sentimiento
en su debido lugar. 

- ¿Te da pena?.- dije mientras le di un último puñetado lo más fuerte que pude, noté como los nudillos se me rompían, aún así no mostré señales de dolor alguno.

- Me dan pena tus nudillos.- noté como se acercaba a mi.

Me di la vuelta instintivamente, no me gustaba que nadie se me acercara por la espalda, era como un autoreflejo. Allí estaba Cass embutida en negro como de costumbre, llevaba su pelirroja cabellera
recogida. Noté que miraba me miraba de arriba a abajo detenidamente. 

- Así te temen los vampiros...- murmuró.

Me fui a quitar los guantes, y me percaté del que fuego que emanaba de mi cuerpo no se había apagado. Cerré los ojos durante unos segundos, note como iba relajando cada músculo de mi cuerpo, hasta hacer desparecer las llamas. Volví a abrir los ojos, Cass estaba de pie en frente de mi con los brazos cruzados. 

- Se me olvidaba... - susurré mientras dejaba los guantes en uno de los bancos de metal. 

- ¿Dónde has estado el fin de semana?- me preguntó- Te dejé millones de mensajes, fuimos al pub de Chris.

Me acerqué a mi bolso, y cogí una botella de agua; di un gran trago y me sequé los labios con el antebrazo.

- No me apetecía...

Cass enarcó una ceja molesta. Se disponía a hacer un discursito de los suyos.

- Que no te apetezca no significa que no puedas llamarme para decir que no. Creía que te había pasado algo.

No pude evitar reírme, volví a beber y dejé la botella.

- De eso último ya sabes que no tienes ni por qué preocuparte.

Cass sabía perfectamente que sabía cuidarme solita, y que no me hacía falta nadie para hacerlo. Es más cada vez que me tocaba ronda con alguien, ese alguien siempre se metía en problemas y tenía que ir corriendo a socorrerlo. Patético pero cierto. 
Apagué el equipo mientras Cass seguía hablando, de entre la retahila de palabras que escupía sólo me quedé con hipócrita y desagradecida. Personalmente prefería hipócrita, sonaba más culta. 

- Espero que me estés escuchando, odio que me ignoren.- dijo alterada casi en un grito.

- Lo hago, voy a ducharme. Esta noche tengo ronda...

Su expresión cambió cientoochenta grados al oir lo que dije, una sonrisa de oreja a oreja se asomó en sus labios. La miré más que extrañada.

- ¿Qué?

- ¿Como que qué? ¡Te ha tocado ronda con el nuevo licántropo!- gritó emocionada, creo que hasta la vi elevarse durante unos segundos del suelo. 

- ¿Y?

Puso los ojos en blancos, lo que me hizo sonreír.

- No me interesan los monstruos, ya lo sabes.- le dije.

- Una pena que tu también seas uno.

Resoplé y me despedi de ella con un amistoso corte de manga, ella me correspondió sacándome la lengua. Era como una adolescente que rebosaba hormonas por las orejas, ya teníamos dieiocho años, y un grado
de madurez de treinta; bueno... al menos yo. 
Fui hacía las duchas, la última puerta del pasillo de hojalata a la izquierda. Necesitaba una ducha como el comer. 

Me quité toda la ropa nada más cerrar la puerta de los baños, andé despacio mientras me iba desprendiendo de la ropa. Entré en la ducha y puse el agua fría al máximo, tensé cada uno de los músculos
de mi cuerpo al notar como cada gota congelaba recorría mi piel. Era una de las mejores cosas que conocía para despejar la mente. 
No tardé más de quince minutos. Abrí mi taquilla y me puse unos vaqueros y una camiseta blanca. Recogí todo y lo metí dentro del bolso.
Subí las escaleras hacia el hall, me coloqué delante de la puerta que daba al exterior y esta se abrió enseguida. Los últimos rayos de luz me deslumbraron y choqué con alguien robusto que estaba entrando.

- ¿Estás bien? - dijo una voz grave que me resultaba familiar, pero que no la ubicaba. 

Me moví unos escasos centímetros para que la luz no me diera de lleno. Allí delante de mi, con cara de preocupación estaba el nuevo licántropo. 

- No ha sido nada... - murmuré mientras buscaba las llaves de la Harley en el bolso.

- He oído hablar de ti. - dijo sonriendo amablemente.

- Espero que bien. 

Encontré las llaves y me dirigí a coger la moto. No me interesaba quedarme hablando allí con aquel lobo lo más mínimo, tenía mejores cosas en las que preocuparme... Por ejemplo, que si en la nevera la leche estaba caducada o no, tendría que ir al super y eso si que sería un dilema. 

- Te veo esta noche Eff... 

Me subí a la moto al mismo tiempo que le contestaba.

- Si, y por cierto para ti sigo siendo Elizabeth. - sonreí al verle la cara que puso.

Le guiñé el ojo derecho y arranqué la moto, mientras vacilaba si sonreír o no. Le di al acelerador y me fui de allí bajo la atenta mirada de Carter. Parecía que esta noche, iba a ser demasiado larga.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Capítulo 1. Decadente mañana.

Hay almas perdidas, personas que no saben que rumbo coger, que no tienen nada por lo que seguir adelante. Yo soy una de esas personas.
Mi vida no tiene sentido para mi desde hace dos años, lo único que me hace levantarme cada mañana es el sentimiento de venganza que corre por mis venas. Macabro pero cierto. Una rutina diaria, una monotonía cansina que cada día me hace desesperar más, pero esa es mi vida, es lo que soy.

Me levanté como de costumbre a las cuatro de la tarde entre aquellas cuatro paredes, que más que paredes para mi eran rejas, las rejas de una maldita cárcel que no me dejaba respirar. Un colchón era lo único que aquel cuchitril tenía como mobiliario, no se necesitaba más para que una simple habitación mugrienta se convirtiera en dormitorio. Me incorporé despacio, sintiendo como un escalofrío recorría toda mi columna vertebral. Odiaba ese escalofrío de cada mañana al despertar, me ponía de mal humor.
Pasé mi mano por el suelo de la maqueta, buscando con los dedos el ipod. Lo agarré, y pegué un salto para levantarme. Lo encendí y me coloqué los auriculares, busqué el albúm "Decadente Mañana" y le di al play. Empezó a sonar la canción de Bad Day de Daniel Powter , me mordí el labio sonriendo sin poder evitarlo. Hoy era una de esas mañanas...

No tardé más de media hora en tomarme un asqueroso café aguado que ni siquiera me hizo efecto y vestirme con lo primero que encontré en la pila de ropa que escondía debajo una silla. Cogí las llaves de la Harley, y salí del piso. Por el pasillo un olor a podrido recorrió mis fosas nasales haciendome fruncir el ceño.

- Joder...- murmuré a regañadientes.

La limpieza no era uno de los fuertes de aquel lugar, de un barrio alejado de la mano de Dios en Paris no se podía pedir demasiado. No es que no tuviera suficiente dinero como para buscarme algo mejor, pero no necesitaba nada más. Y era mejor pasar desapercibida en mi posición. Era lo que había hecho durante largos años, esconderme de la multitud. 
Bajé hasta el garaje; tenía una exquisita decoración musgosa, en las esquinas telarañas tan espesas que se podrían hacer bufandas con ellas, y un sútil olor a orina que impregnaba los pocos metros cuadrados de garaje. Asqueroso a primera vista, con el tiempo te acostumbras, como con todo. Me coloqué el caso echándome el pelo hacia atrás, me subí en la moto y arranqué. Hora de ir al trabajo, si se le podía llamar así. 

Tras quince minutos de viaje entre callejuelas llenas de charcos, llegué a las afueras de la zona donde residía. Allí estaban todas las fábricas abandonadas que en antaño, fueron más que prolíferas. En todas y cada una de ellas había algún que otro okupa. Por esa zona había que tener cuidado, la probabilidad de que te asaltaran era de una proporción más que considerable. Aparqué delante de un edificio a la vista abandonado. Miré hacia ambos lados de la calle para que nadie me siguiera, una costumbre que tenía. Me acerqué a la puerta, y esta se abrió al instante, cerrando tras de mi.

Lo que parecía un edificio en ruinas a punto de derrumbarse, por dentro estaba todo reconstruido. La estructura estaba hecha de acero, así como la fachada y las numerosas vigas que aguantaba el edificio. Era una fábrica reformada con un toque metálico que me gustaba bastante, seguramente sería debido a que era mi hermana Sam quien lo decoró. El hall era grande y tortuoso, había demasiados pasillos que no llevaban a ningún lado. Las escaleras de crital llevaban al piso de arriba, donde estaba el despacho de Sam y todo lo demás destinado al relax. La escalera de abajo llevaba al sótano, donde estaba la zona de entrenamiento, así como todas las armas de artillería.
Subí sin rodeos las escaleras, y llegué a un pequeño pasillo desierto si ningún objeto decorativo. Abrí la primera puerta a la derecha, levanté la vista y vi la placa que decía: Despacho de Samatha Hallow.

- La puntualidad nunca ha sido ni será lo tuyo Elizabeth...

Sonreí al oír su rasgada voz ronca.

- Lo sabes bien.

El despacho estaba como de costumbre, todo desordenado, las estanterías rebosando de libros de los cuales la mayoría no servían para absolutamente nada, el suelo lleno de papeles de todos los colores, la mesa se escondía detrás de un enorme ordenador y de millones de posits. Miré todo el cuarto y me crucé de brazos mirándola atentamente. Hoy se había alisado su larga melena castaña, le resaltaba sus preciosos ojos verdes esmeralda. 

- Nunca sabrás el significado de la palabra ordenar. - me senté en la silla riendo, quedando frente a ella.- ¿Qué tenemos hoy?

Alzó una ceja e hizo amago de contestar, pero se contuvo. Abrió uno de los cajones del escritorio y me pasó una carpeta marrón mientras me miraba con un atisbo de preocupación. 

- Se llama Aaron, tendrá unos 24 años de apariencia, pelo corto moreno, metro ochenta, de complexión fuerte...- dijo Sam.

- Y... exáctamente, ¿qué es? pregunté mirándola de reojo mientras miraba la carpeta donde se hallaba toda la información sobre aquel individuo.

- Vampiro sin lugar a dudas.- dijo mientras se acomodaba en el sillón, yo hice lo mismo. - Sé que es una de tus preferencias.

- Solo hay un vampiro que puede ser mi preferencia, y ya sabes de quien se trata. - dije seria mirándola a los ojos. 

Empecé como la sangre empezaba a hervirme solo de pensar en él. Odiaba a ese jodido vampiro, cada vez que lo tenía a mano se me escapaba. Él era el responsable de todo, de estos dos años de mierda. Noté como la mirada de Sam se clavaba sobre mi. Intenté apartar todos aquellos pensamientos de mi cabeza, tragué saliva y la miré intentando parecer indiferente.

- No hay problema, yo me encargo de este chupa-sangre. - dije mientras cerraba la carpeta.

Sam asintió no muy convencida ante mis palabras. Me conocía perfectamente, y sabía que no estaba demasiado bien estos últimos días. Se acercaba la fecha...

- Esta vez vas a tener compañía... - murmuró mientras apoyaba los codos sobre el escritorio.

- ¿Cassie?- ella negó. - ¿Entonces?

- Su nombre es Carter... es un licántropo... 

Por la cara que puso Sam, mi cara debería de ser todo un poema. Odiaba trabajar con monstruos, fueran lo que fueran todos eran iguales. Cerré los puños para intentar relajarme. 
El sonido de la puerta, hizo que mi lucha interna pasara a un segundo plano. Me giré instintivamente, mientras la puerta se abría a cámara lenta. Apareció un joven de casi dos metros de altura, moreno con barba de varios días... Me quedé embobada mirándolo de arriba a abajo.

- Effy... - empezó a decir Sam.- Este es Carter.

Noté como una sonrisa se dibujaba en mi cara y no podía evitarlo. Carter fijó su mirada en mi, y sonrió.

- Un placer...

Parecía ser... que esta vez no me iba a importar trabajar con un lobo, y mucho menos con aquel.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Adelanto.

¿Crees en el amor?
Pregunta fácil de responder. Un rotundo no. 
El amor es sufrimiento, es perderte por un camino que no tiene final y del que no puedes escapar, es un jodido laberinto sin salida.
Te rompe y corrompe por dentro lentamente, son como pequeñas agujas que se te van clavando en el corazón. Al principio no lo sientes, pero con el tiempo... el dolor se va haciendo más y más grande. Un dolor que no puedes apaciguar con nada... un dolor que no desparece, una herida que no tiene cura, que se va haciendo más profunda. Una mezcla de sentimientos que no puedes comprender que no puedes entender, esa sensación de estar perdido, de sentirte solo aunque estés rodeado de tanta gente. Hasta que de pronto ya no sientes nada, un vacío en tu interior que no llegas a comprender. Luego caen las lágrimas de desesperación, los gritos ahogados de confusión. 
Un corazón echo pedazos no es fácil de llevar... 
Lo sé de buena mano, se que es así... han pasado más de dos años y aún sigo llorando, añorando, soñando, pensando, odiando, amando a esa persona a la que le di todo, y me dejó sin nada.

Por eso hice esa promesa, por eso eso seguiré manteniendo siempre mi promesa.