Dicen que el tiempo cura las heridas, que hasta las más profundas pueden sanar. Dicen que el tiempo ayuda a olvidar, que puede hacer desaparecer las cenizas que una vez fueron fuego. Pero el sufrimiento y la congoja de un amor perdido nadie lo puede hacer desaparecer, el tiempo no es sanador, el tiempo es el que te recuerda cada día que pasa que estás solo, es el que te recuerda que ya no tienes a nadie a tu lado...
Mis heridas no curan, mis recuerdos no se van.
Después de una larga charla en el despacho que no llevaba a ningún lado, salí sin decir nada de allí y bajé las escaleras hacia el sótano. No me hacía falta saber más sobre aquel chupa-sangre, lo único que me interesaba es saber quien era, después cuando lo tuviera entre mis manos preguntarle por Él, y luego darle el besito de buenas noches. Era una cazadora, no una polocía.
Deambulé por el laberinto de pasillos metálicos hasta llegar al gimnasio, dejé mi bolsa a un lado y cogí los guantes de boxeo. El gimnasio no era nada del otro mundo, para no desentonar con aquella casa de hojalata los bordes de los espejos eran del mismo material. No entendía de decoración pero aquello no tendría muy buen recivimiento entre los decorades.
Encendí el equipo de música que se hallaba en la esquina derecha de la sala y me puse los guantes de boxeo. Era hora de descargar la adrenalina acumulada estos dos días. Notaba como la sangre me hervía, empezaban a saltar chispas. Cerré los ojos concentrada y noté como las primeras llamas recorrían todo mi cuerpo. Abrí
los ojos y me miré los brazos, sonreí al ver el fuego como un aura alrededor de mi. Me acerqué despacio hacia el saco de boxeo, di el primer golpe seco con el puño derecho. A partir de ahí no pude parar, di puñetazo tras puñetazo intentando desahogarme de la carga tan pesada que llevaba, esa carga que me estaba consumiendo.
- ¡Mierda! - grité desesperada mientras aporreaba el saco.
Realmente no me reconocía, no tenía ningún ápice de la niña que una vez había sido. Todos los acontecimientos por los que había pasado habían hecho demasiados estragos en mi. Aunque pareciera fuerte,
seguía siendo débil en lo más hondo de mi ser. Tan bien lo sabía que siempre construía un muro delante de mi, para no tropezarme con la misma piedra en el camino, para no volver a cometer los errores que una vez cometí. La única forma de sacar todo lo que tenía dentro era esa, cada vez que Sam hacía una de sus múltiples sesiones psicológicas, las palabras no emanaban de mi boca, solo eran lágrimas, sollozos, gritos... todo menos palabras. Por eso cada vez que me sentía impotente, mi reacción era bajar al sótana y boxear hasta caer al suelo agotada, hasta el punto de quedar en el suelo sin poder moverme.
- Vas a acabar con el saco.- dijo una voz chillona entre risas interrumpiendo mi lucha interna.- Huele a chamusquina...
Sonreí mordiendome el labio, intando contenerme para no derrumbarme allí delante del agotamiento. No iba a dejar que Cass ni nadie me viera en esas circunstancias. Respiré hondo, guardando cada sentimiento
en su debido lugar.
- ¿Te da pena?.- dije mientras le di un último puñetado lo más fuerte que pude, noté como los nudillos se me rompían, aún así no mostré señales de dolor alguno.
- Me dan pena tus nudillos.- noté como se acercaba a mi.
Me di la vuelta instintivamente, no me gustaba que nadie se me acercara por la espalda, era como un autoreflejo. Allí estaba Cass embutida en negro como de costumbre, llevaba su pelirroja cabellera
recogida. Noté que miraba me miraba de arriba a abajo detenidamente.
- Así te temen los vampiros...- murmuró.
Me fui a quitar los guantes, y me percaté del que fuego que emanaba de mi cuerpo no se había apagado. Cerré los ojos durante unos segundos, note como iba relajando cada músculo de mi cuerpo, hasta hacer desparecer las llamas. Volví a abrir los ojos, Cass estaba de pie en frente de mi con los brazos cruzados.
- Se me olvidaba... - susurré mientras dejaba los guantes en uno de los bancos de metal.
- ¿Dónde has estado el fin de semana?- me preguntó- Te dejé millones de mensajes, fuimos al pub de Chris.
Me acerqué a mi bolso, y cogí una botella de agua; di un gran trago y me sequé los labios con el antebrazo.
- No me apetecía...
Cass enarcó una ceja molesta. Se disponía a hacer un discursito de los suyos.
- Que no te apetezca no significa que no puedas llamarme para decir que no. Creía que te había pasado algo.
No pude evitar reírme, volví a beber y dejé la botella.
- De eso último ya sabes que no tienes ni por qué preocuparte.
Cass sabía perfectamente que sabía cuidarme solita, y que no me hacía falta nadie para hacerlo. Es más cada vez que me tocaba ronda con alguien, ese alguien siempre se metía en problemas y tenía que ir corriendo a socorrerlo. Patético pero cierto.
Apagué el equipo mientras Cass seguía hablando, de entre la retahila de palabras que escupía sólo me quedé con hipócrita y desagradecida. Personalmente prefería hipócrita, sonaba más culta.
- Espero que me estés escuchando, odio que me ignoren.- dijo alterada casi en un grito.
- Lo hago, voy a ducharme. Esta noche tengo ronda...
Su expresión cambió cientoochenta grados al oir lo que dije, una sonrisa de oreja a oreja se asomó en sus labios. La miré más que extrañada.
- ¿Qué?
- ¿Como que qué? ¡Te ha tocado ronda con el nuevo licántropo!- gritó emocionada, creo que hasta la vi elevarse durante unos segundos del suelo.
- ¿Y?
Puso los ojos en blancos, lo que me hizo sonreír.
- No me interesan los monstruos, ya lo sabes.- le dije.
- Una pena que tu también seas uno.
Resoplé y me despedi de ella con un amistoso corte de manga, ella me correspondió sacándome la lengua. Era como una adolescente que rebosaba hormonas por las orejas, ya teníamos dieiocho años, y un grado
de madurez de treinta; bueno... al menos yo.
Fui hacía las duchas, la última puerta del pasillo de hojalata a la izquierda. Necesitaba una ducha como el comer.
Me quité toda la ropa nada más cerrar la puerta de los baños, andé despacio mientras me iba desprendiendo de la ropa. Entré en la ducha y puse el agua fría al máximo, tensé cada uno de los músculos
de mi cuerpo al notar como cada gota congelaba recorría mi piel. Era una de las mejores cosas que conocía para despejar la mente.
No tardé más de quince minutos. Abrí mi taquilla y me puse unos vaqueros y una camiseta blanca. Recogí todo y lo metí dentro del bolso.
Subí las escaleras hacia el hall, me coloqué delante de la puerta que daba al exterior y esta se abrió enseguida. Los últimos rayos de luz me deslumbraron y choqué con alguien robusto que estaba entrando.
- ¿Estás bien? - dijo una voz grave que me resultaba familiar, pero que no la ubicaba.
Me moví unos escasos centímetros para que la luz no me diera de lleno. Allí delante de mi, con cara de preocupación estaba el nuevo licántropo.
- No ha sido nada... - murmuré mientras buscaba las llaves de la Harley en el bolso.
- He oído hablar de ti. - dijo sonriendo amablemente.
- Espero que bien.
Encontré las llaves y me dirigí a coger la moto. No me interesaba quedarme hablando allí con aquel lobo lo más mínimo, tenía mejores cosas en las que preocuparme... Por ejemplo, que si en la nevera la leche estaba caducada o no, tendría que ir al super y eso si que sería un dilema.
- Te veo esta noche Eff...
Me subí a la moto al mismo tiempo que le contestaba.
- Si, y por cierto para ti sigo siendo Elizabeth. - sonreí al verle la cara que puso.
Le guiñé el ojo derecho y arranqué la moto, mientras vacilaba si sonreír o no. Le di al acelerador y me fui de allí bajo la atenta mirada de Carter. Parecía que esta noche, iba a ser demasiado larga.